Muchas veces me preguntan qué como yo o qué tipo de “dieta” sigo, refiriéndose a “dieta” como algo restrictivo o limitador, privativo, …nada más lejos de la realidad, por eso he decidido dedicar uno de mis primeros posts a hablar algo sobre este tema y aclarar algunos conceptos erróneos o confusos.
En primer lugar, creo que la pregunta, si se formula, debería ser qué NO como, porque mi alimentación (que no “dieta”) se basa en disfrutar de todo tipo de alimentos naturales, lo más libres de aditivos artificiales y no tanto en limitarme a consumir sóo unos pocos y siempre los mismos. Por supuesto, lo primero a tener en cuenta es que me gusten, pero también el ser consciente de los beneficios que cada uno me aporta y seleccionarlos y cocinarlos de la manera óptima para aprovechar todo su potencial. Eso es, en definitiva, una alimentación consciente, viva, generosa y que te permite cuidarte y aportar lo mejor a nosotros mismos en cualquier momento de nuestra vida.
Prometo que como lo que me apetece y que no paso hambre ni cuento calorías. Creo que la alimentación diaria debe aportarnos satisfacción y placer, por encima de todo, además de ser un acto consciente, como ya he dicho anteriormente y consecuente con nuestro estilo de vida, para que pueda cubrir todas nuestras necesidades vitales (básicas), físicas (actividad), y emocionales (influye en nuestro estado de ánimo y mucho).
En este sentido, tengo la inmensa suerte de que me gusta todo (o casi todo). Evidentemente, como a todo el mundo, hay algunos alimentos que no me gustan tanto, bien por su sabor o por su textura, pero, hasta con éstos, suelo hacer experimentos para encontrar alguna manera de consumirlos que me permita descubrir su “encanto” a través de un modo de preparación o combinación con otro/s alimento/s.La mayoría de veces, el resultado es positivo.
Otra cosa son los que he desterrado de mis platos y de mis recetas hace ya un tiempo por motivos que, si te interesan, te explicaré a continuación, y que son, de forma muy resumida, los alimentos que NO como*:
- Carnes (de origen animal): hace años, puede decirse que seguía una “dieta” flexiteriana, que incluía muy poca carne o derivados, por una cuestión meramente de apetencia y gustos personales. Ya por aquel entonces consumía esporádicamente sólo carnes blancas, no me apetecían nunca las carnes rojas o los embutidos. Un día me di cuenta de que no recordaba la última vez que había comprado o consumido este tipo de productos. Eso, unido a mi conocimiento más profundo sobre la realidad del proceso productivo de las granjas industriales, el gran maltrato al que son sometidos los animales, el daño que causa al medio ambiente este tipo de producción, el contenido de productos químicos, toxinas y hormonas que contienen y las enormes ventajas nutricionales que muchos productos vegetales tienen sobre la carne, me hicieron dejarla definitivamente, además de no suponerme apenas esfuerzo. Si quieres conocer más detalles de este tema o tienes alguna consulta al respecto, no dudes en escribirme.
- Leche de vaca: lo confieso: me encantaba la leche de vaca (por su sabor, su textura, por todo). De hecho, aún consumo, aunque en menor cantidad, algún producto lácteo derivado de ésta, como queso o algún yogur o postre, pero he abandonado por completo la leche propiamente dicha y la he substituido por bebidas vegetales (la de avena es la que más consumo) y más yogures y postres derivados de la leche de cabra y kéfir, que son mucho más saludables y se digieren mejor. He descubierto que me gustan sus sabores y que sus propiedades son excelentes, pero el motivo principal para dejarla fue la recomendación de un fisioterapeuta, quien me recomendó reducir o prescindir de su consumo porque puede empeorar cuadros inflamatorios, (cosa que me afectaba, en aquel momento). También está demostrado que acelera la producción de mucosidad de nuestro organismo y que su contenido en calcio no es tan alto como se cree, en comparación con otros alimentos, como algunos frutos secos y semillas. Por otro lado, la lactosa naturalmente presente en este tipo de leche no es fácilmente digerible para muchas personas, lo cual es normal, por otro lado, teniendo en cuenta que los humanos somos los únicos mamíferos que consumimos leche de otros animales y que la leche de vaca es naturalmente apta para animales como las vacas, de varias toneladas de peso y con cuatro estómagos. Lo que te decía: ¡normal que no nos siente demasiado bien!
- Fritos y rebozados: ufff,… la idea de verlos sumergidos en aceite ya me horroriza, por no decir que el aceite empleado normalmente está muy refinado, perdiendo todas sus propiedades naturales, y puede haber sido reutilizado innumerables veces, estando ya quemado cuando lo consumimos y llevándonos de regalo miles de toxinas cancerígenas. Por otro lado, los fritos y rebozados sobrecargan las digestiones y órganos como el hígado para sintetizar toda esa grasa que difícilmente vamos a llegar a utilizar como sustrato energético, convirtiéndose en kilos de más, colesterol, etc.. No, gracias.
- Azúcar blanco y edulcorantes artificiales: o lo que es lo mismo: cero nutrientes, calorías vacías y sustancias la mayoría tóxicas para nuestro organismo, en el caso de los edulcorantes no naturales. Lo peor de todo es que vienen ocultos en muchísimos productos (conservas vegetales, galletas, pan, tostadas, mermeladas, postres, aquellos llamados “light”, zumos y batidos teóricamente “saludables”, tomate frito, etc.). Te recomiendo leer siempre las etiquetas de este tipo de productos, te estarás haciendo un enorme favor. Y evitar en lo posible los productos procesados y preparados. Y de paso, ¿por qué no probar con endulzantes naturales, que endulzan igual o más que el azúcar o los edulcorantes artificiales y que además no provocan un subidón de glucemia en sangre, y el consecuente bajón? te invito a leer mi post especialmente dedicado a ellos, verás que existen un montón de alternativas saludables a uno de los mayores “venenos blancos” que existen en cuanto alimentación, el azúcar.
- Refinados o “venenos blancos”: además del azúcar, la sal refinada y la leche de vaca, las harinas refinadas son otro de los venenos blancos que consumimos (o consumíamos) sin ser muy conscientes de ello. Su contenido en nutrientes es mucho menor que el de las variedades integrales, sacian muchísimo menos porque no aportan fibra y provocan un aumento rápido de la glucosa en sangre, por lo que pueden darnos energía más rápidamente, pero poco duradera, y hacer que volvamos a tener hambre al poco tiempo. Por otro lado, los sabores de las numerosas harinas integrales son un regalo para el paladar y todo un descubrimiento. Existen cereales para todos los gustos y permiten preparar infinidad de platos y no aburrirnos jamás. Anímate a probarlos en pasta, pan, desayunos, ensaladas, …y ya me contarás. Opta preferente por los granos enteros, sin inflar, para el desayuno, porque conservan mejor todos sus nutrientes.
- En cuanto a la sal, procura usar Sal marina sin refinar o Sal del Himalaya, que contiene muchos más minerales que la sal refinada, además de menos ingredientes químicos. En cualquier caso, no es conveniente abusar.
Como he dicho que sería breve, puedes considerar estos alimentos como aquellos que no encontrarás en mis recetas ni en mi mesa.
*Por supuesto, la clave está en el equilibrio y en la moderación, por lo que no pasa nada si algún día comes algo que te apetece y no se puede considerar «saludable»; lo importante son los hábitos y que en tu día a día evites estos alimentos, y que esas ocasiones sean algo excepcional o esporádico.
Como puedes ver, yo no sigo ningún tipo de dieta, sólo escojo productos que sé que me benefician y me cuidan y me alimento siendo consciente de ello. Porque, si intentas mejorar y escoger lo mejor para ti en todos los aspectos de tu vida (trabajo, aficiones, amistades, relaciones, …) ¿por qué no hacer lo mismo con tu alimentación? Te mereces lo mejor, simplemente, elígelo.